Mujeres migrantes: arraigarse, crecer y dar frutos

Formación de mentoras y acompañamiento a migrantes adultas mayores
Las familias migrantes, que en su mayoría tienen a cargo a niños, niñas y/o adolescentes, se encuentran con ingresos limitados para asegurar necesidades básicas, lo cual a su vez genera riesgo de estar en situación de calle. Por otro lado, por la crisis económica, muchas personas migrantes que habían logrado avances fueron perdiendo sus fuentes de ingreso.
Frente a este panorama, en el marco de un proyecto conjunto con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el área social de CEMI cuenta con personal capacitado en protección en sus delegaciones de Córdoba, Rosario y la sede central en Buenos Aires. Se encuentran en acompañamiento más de 750 familias migrantes. Y se actúa en la búsqueda del acceso a derechos y reparación de las situaciones que generan la solicitud de acompañamiento. Para ello es clave el trabajo interdisciplinario, en especial con el área laboral de la Comisión.
Con el apoyo de la organización Adveniat, este año llevamos adelante un trabajo de fortalecimiento y empoderamiento femenino, dirigido a mujeres con deseos de iniciar un emprendimiento, y aquellas que dieron sus primeros pasos y requieren herramientas para crecer.
Además de la atención individual, se diseñaron catorce talleres para enriquecer las habilidades que estas mujeres traen, y se estableció un espacio de capacitación de mentoras, mujeres que han encontrado en la Red de Mujeres Migrantes Emprendedoras de CEMI un espacio de pertenencia, y se comprometen a replicar el servicio para que otras mujeres se desarrollen.
Mentorear: acompañar a crecer
Este año ha sido un viaje de crecimiento y aprendizaje para las 14 mentoras que conforman el equipo de la Red de Mujeres Migrantes Emprendedoras. Este grupo ha desarrollado un conjunto de programas y manuales con herramientas clave para ayudar a las mujeres migrantes a establecer y crecer sus negocios. El trabajo en equipo ha permitido crear un espacio de apoyo integral, abarcando tanto las habilidades técnicas como el fortalecimiento emocional.
La mentora Yanetzi Tovar lo expresa con claridad: “Ser mentora es compartir experiencias y conocimientos, pero sobre todo es caminar juntas, encontrando respuestas y descubriendo el potencial propio”. Por su parte, Iris Herrera destaca el apoyo emocional: “Soy acompañante terapéutico, y quiero brindarles un espacio tranquilo para crecer, creer en sí mismas y encontrar las herramientas para emprender”. Para Roxanna Niño Rendón, la mentoría implica mucho más que ofrecer herramientas: “Es sembrar semillas que alimentan la confianza de otras mujeres y ver cómo se concretan sus sueños, paso a paso”.
A lo largo de este proyecto, las mentoras han fortalecido no sólo los conocimientos empresariales de las emprendedoras, sino también su capacidad de resiliencia. Como menciona Esperanza Pérez: “Acompañar a otra mujer migrante implica ayudarle a descubrir sus fortalezas y construir su identidad en un nuevo entorno”.
Llena de alegría haber acompañado este camino, pero no podemos dejar de expresar la preocupación por muchas mujeres que no alcanzan estos espacios; que por su edad, que conlleva situaciones de salud complejas, ya no pueden proyectarse más que en la subsistencia.
Mujeres migrantes y la (des)protección durante su vejez
Dios nunca abandona a sus hijos. Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean (cf. 1 S 16, 7). Desde la oficina de Córdoba venimos advirtiendo un creciente empobrecimiento de las mujeres migrantes, siendo las más afectadas por la crisis económica.
La mayoría de las personas que solicitan atención en la oficina son mujeres, quienes buscaron en Córdoba mejores condiciones laborales y de vida. Sin embargo las posibilidades de inserción laboral se dieron a través de trabajos precarizados, privatizados, feminizados, mal remunerados, requiriendo asistencia para poder satisfacer sus necesidades básicas.
Dentro de este universo de mujeres migrantes, nos preocupan las mujeres migrantes adultas mayores. Muchas de ellas presentan necesidades básicas insatisfechas, habiendo llegado a esta etapa de la vida sin posibilidades de acceder o sostener sus trabajos por motivos de salud y/o restricciones de edad del mercado de trabajo, situación que se agrava ante los obstáculos para acceder a políticas previsionales.
Muchas trabajaron en casas particulares, cuidando a otros (niños, ancianos, enfermos), pero ahora ellas llegaron a la vejez, y sus cuerpos ya no tienen las mismas fuerzas, necesitan descansar y ser cuidadas. Pero su realidad está alejada de eso: “... si no consigo una changuita este fin de semana me quedo en la calle, en la pensión ya me lo avisaron…”; “... yo no como todos los días, y cuando me agarra hambre, salgo a caminar para distraerme y no pensar...”; “llevo en una bolsita un pedazo de pan duro y lo voy rompiendo y ese es mi almuerzo, merienda y cena…”; “tengo que hacerme la quimioterapia y falto porque no tengo el dinero para el colectivo…”.
Estas situaciones exigen una atención y respuesta inmediata, con la articulación con actores locales para contener, apoyar y acompañar las necesidades y emociones que las mujeres están viviendo en esta etapa de su vida, que las encuentra en un país que no es el de origen y muchas veces sin redes de ayuda mutua a las cuales acudir.
Promover una vejez activa y positiva para las mujeres migrantes es el horizonte a llegar, siendo necesarias políticas públicas y acciones de la sociedad civil que las fortalezcan como sujetos de derechos, procurando la construcción y fortalecimiento de redes de apoyo que contribuyan a mejorar su calidad de vida.